La hija del Héroe, de Maureen Murdock, 1994.

Quisiera compartir con ustedes una breve reseña de este libro, que más allá de todo lo que me conmovió y removió, la reflexión de la autora me parece que contribuye de manera importante a todo aquello que es relevante sanar tanto a nivel personal como social, para rescatar el valor de lo femenino, que históricamente ha sido devaluado y denigrado. Siempre he creído que las grandes transformaciones sociales comienzan a nivel individual, e inevitablemente “somos en” un sistema (muchos), especialmente en nuestra familia. Particularmente es en la relación con nuestros padres, que son “nuestras puertas de entrada a la vida”, donde se inicia la gran sanación que puede transformar nuestro mundo… y el mundo. Así que le agradezco a este libro la inspiración que hizo crecer en mí y a la persona que gentilmente lo puso en mi camino, aunque me tardé un tiempo en tomarlo, pero como todo en la vida, tenemos nuestros momentos.


Es un libro enfocado principalmente a uno de los vínculos más fundamentales de la vida de una mujer,  específicamente a aquel que se desarrolla entre  las hijas y sus padres y la complejidad que se puede llegar a dar en esta relación, abarcando sutilmente las implicancias de dicho vínculo en nuestra sociedad y en la perpetuidad de la sociedad patriarcal en la que estamos inmersos. De este modo Maureen Murdock, terapeuta de orientación jungiana, hace un análisis psicológico, mitológico y espiritual en relación a este vínculo, describiendo el modo en que para una mujer desde muy pequeña, es posible que configure su identidad de manera imperceptible como una “hija del padre” concepto con que la autora se refiere a aquellas mujeres que han experimentado una distorsión  importante en la relación con su padre, quien a su vez, producto de una historia de carencia e inmadurez emocional  proyecta en su hija sus necesidades y deseos no resueltos, desplazando a ésta la responsabilidad de realizar sus sueños como una prolongación de su propia identidad, dejando al descubierto, al mismo tiempo, su dificultad para ver a su hija como un ser independiente, con intereses y deseos distintos.  


En este contexto, cada relación puede adoptar características particulares (desde “la niña de los ojos de papá”, hasta una dinámica de transgresión e incesto), no obstante, una vez que se genera esta dinámica, todas llevan impresas un pacto implícito donde, predominantemente, el padre promete protección y admiración, a cambio del leal compromiso de la hija a manifestar en su propia vida el ideal paterno, desarrollándose de este modo una relación de amor entre un padre idealizado y una hija idealizada, la cual aprende tempranamente a deformar su vivencia emocional para mantener y perpetuar el vínculo con su padre/héroe.


Paralelamente, es interesante como la autora aborda lo que ocurre en esta niña “hija del padre” y el modo en que ésta integra la relación con su madre y la feminidad. Habitualmente la dinámica entre una “hija del padre” y el padre, se desarrolla en sistemas familiares, donde el hombre/padre, no se siente satisfecho y realizado en su relación de pareja, de esta manera su hija comienza a tomar un mayor protagonismo en su vida, desplazándose a la madre a un segundo lugar. A su vez la hija, cuyo principal referente comienza a ser su padre, adopta la mirada que éste posee respecto de su pareja/mujer, hacia su propia madre (mirada que la mayoría de las veces se transmite en el discurso de manera implícita), e inevitablemente traspasa el mismo modo en que el padre mira y percibe la expresión de la feminidad, hacia sí misma como mujer.


“…una hija aprende de un padre si es bueno ser mujer o no, lo que significa ser mujer, observando la relación de su padre con su madre y la que establece con ella (padre-hija). La actitud del padre respecto de su condición femenina, determina la opinión que tenga de sí misma” (Murdock,M)


Esto quiere decir, que si el padre devalúa a la madre,  o si la expresión emocional de ésta es catalogada como “problemática” o “complicada”, o se le etiqueta de “enferma”, o se le mira como “inútil" o "incapaz”, bajo cualquier término que destaque componentes negativos de la expresión femenina, la niña aprende a mirarse a sí misma en la expresión de su aspecto femenino sin una mirada abierta y comprensiva, puesto que la mirada está cargada de impresiones y etiquetas negativas. De esta forma a la madre le toca cargar con los sentimientos “oscuros”, con lo “inaceptable”, adoptando muchas veces el lugar de una figura “inferior”.


De acuerdo a lo expuesto por la autora, citando a una analista igualmente de orientación jungiana (Gilda Frantz), "una mujer que carece de orientación y apoyo en su relación de pareja, no es capaz de asumir el arquetipo maternal cuando es necesario, sin lograr sustentar a su propio hijo, convirtiéndose en la expresión del extremo negativo del arquetipo, como una madre necesitada y devoradora". De este modo, todos estos factores se van sumando, y configurando la complejidad de esta dinámica, donde sin ser posible responsabilizar a padre o a madre por el inicio de la misma, en cada uno emergen manifestaciones que contribuyen a que finalmente, el vínculo entre la hija y su padre, sea percibido como el vínculo fuerte, y en contraste, el vínculo entre la hija y su madre, sea el vínculo percibido como más débil.


El padre, en tanto, por lo general es visto como “más atractivo”, o “menos difícil” dentro de la diada parental (en referencia a esta dinámica), ya que puede que éste se manifieste de manera más lúdica, extrovertido, activo, en contraposición a la madre devaluada. De este modo, en palabras de Maureen Murdock “la hija del padre desarrolla cualidades masculinas, se identifica y quiere ser como el padre que aprecia e idealiza”, a su vez “esto complace y alimenta emocionalmente al padre manteniéndola en su pedestal de privilegios”.


Y para que lo anterior ocurra no es necesario que se desarrolle una historia de mimos y cercanía física con el padre, ya que desde el punto de vista de la autora, es absolutamente posible desarrollar esta dinámica en la ausencia paterna, y aun cuando tienen lugar actitudes de rechazo y/o abandono del padre que se sostienen en el tiempo. Incluso si en este caso la hija “no tiene el lugar de privilegio” anhela ser vista, reconocida y aprobada por este referente.


“Muchas mujeres aun rechazando a sus padres, ignoran que continúan reflejando los valores de estos” Murdock, M.


En mi opinión igualmente es posible, que una “hija del padre” emerja en dinámicas de maltrato explícito. Al parecer la adopción del ideal paterno como un parámetro de valoración personal, así como la incorporación de estos mandatos, va más allá de un acto de elección y voluntad consciente.


Las hijas del padre con la vivencia del rechazo o de la devaluación por parte de su figura paterna, adoptan de manera implícita el parámetro de valoración positiva de todo aquello que ella “no es” o de aquello en que ella “falla”, siendo particularmente complejo a nivel de su psiquismo proponerse alcanzar una meta que es un espejismo nebuloso y que inevitablemente está fuera de su alcance. De esta forma, una hija en estas condiciones, en su vivencia cotidiana, lo que internaliza con mayor fuerza a través de reproches, retos y/o castigos, es rechazarse a sí misma, se registra desde el temor y el dolor lo que “no está bien mostrar”, lo que “no está bien ser”, todo lo cual se alinea a la perfección con aspectos propios de la expresión de su incipiente feminidad, con la expresión de todo aquello que involucra sus emociones, sentimientos, y que demanda contención, atención y una gran necesidad de “poner en palabras”; la pequeña hija del padre aprende tempranamente a desdeñar todo aquello que corresponde al terreno de expresión de lo femenino, de “la madre”, la que ya se encuentra devaluada y excluida.


Desde mi punto de vista, cobran relevancia apreciaciones desde la mirada sistémica de las constelaciones familiares para comprender de manera más integral y desde una perspectiva transgeneracional elementos que pueden estar detrás de esta dinámica, en tanto se dice que un hombre que no ha tomado a su madre en su corazón, -es decir que, por distintos motivos, no acepta y no integra lo bueno y lo difícil de su madre en su corazón, honrando su lugar como una de las personas grandes (más grande que él) que le dio la vida-, inconscientemente no permite que su hija tome la suya –es decir no le permite desarrollar la mirada de amor que integra los aspectos positivos como positivos de la madre-; igualmente un hombre que no ha tomado a su madre en su corazón, experimenta dificultades para tomar (en este caso, valorar y apreciar) de su pareja (mujer), y con la carga de toda esta carencia afectiva, demanda a su hija la satisfacción de sus necesidades o bien en algunos casos aquella demanda se manifiesta en el continuo reproche del padre hacia la hija, siendo fácilmente distinguible la dificultad del progenitor para desarrollar una postura de amor incondicional hacia la niña.


Retomando el análisis de la autora del libro, en esta dinámica, la configuración del vínculo más débil puede involucrar una relación muy conflictiva entre la hija y su madre, en tanto, inevitablemente la hija al ser enaltecida al lugar de “esposa idealizada” o de reemplazo -y encarnar de este modo todo lo que la madre no es-,  este lugar de privilegio otorgado por el padre inevitablemente conlleva un sacrifico importante para la hija, ya que para ella, aceptar ese lugar implica obtener el rechazo materno, o bien el desarrollo de una marcada rivalidad con su madre.  De este modo, la hija puede percibirse desprotegida por la madre, reforzándose de este modo la alianza con el progenitor.


Al respecto es importante considerar que lo anterior se refiere a la descripción de un patrón implícito, como una madeja enredada de hilos invisibles, y que la autora desprende a partir de la revisión de su experiencia de trabajo con distintas mujeres.


Igualmente incorporando la mirada sistémica, resulta relevante tener en cuenta lo que menciona Bert Hellinger, en sus observaciones respecto de que “el alma de un hijo (a) a es leal a sus  padres (madre y padre), por lo tanto inevitablemente, la forma en que se desarrolla esta relación en este tipo de dinámicas, desencadena sentimientos de pérdida y culpa en la hija en relación a la madre, sentimientos especialmente difíciles cuando nos entrampamos inconscientemente en la expiación de la culpa respecto a dicho vínculo.


Así también respecto de los efectos de esta dinámica en el mundo interno de la hija se describe que la voz del padre es incorporada como un juez crítico y censor, experimentando posteriormente grandes dificultades para confiar en sí misma  o desarrollar su autoridad interna (comprendida por la autora como su capacidad de confiar en si misma), además de dificultades para reconocer y validar su feminidad.


La solución


De acuerdo a lo que plantea la autora, se desprende que, para una mujer que vive y que logra reconocerse a sí misma como una “hija del padre” (no resulta nada fácil lograr la conciencia respecto de este patrón bajo el cual podemos llegar a operar) es fundamental que para aceptarse completamente como mujer en la edad adulta, desmitifique a su padre como “héroe” y suelte los intentos por complacer el ideal de “hija” que el padre plantea o demanda.


Es necesario que la mujer aprenda a distinguir y a escuchar su propia voz, y que aprenda a confiar en su autoridad interior, de este modo puede recién comenzar a aceptar la responsabilidad de este gran poder.


“Al degradar al padre eliminando sus proyecciones de la infancia, la hija del padre debe descubrir lo que vale y dejar que su padre viva su propia vida”  Murdock, M.


De este modo, “la traición de la hija”, al dejar de comportarse o de responder como papá espera, permite pagar el precio de la autonomía y su individuación, aun a riesgo de perder al padre (su aprobación), proceso que muchas veces se acompaña de una vivencia significativa de vulnerabilidad.


Al momento de aceptar dicha pérdida (con toda la frustración y tristeza que pueda generar) y de lograr reconocer aún en estas condiciones todo lo que se ha recibido de él, comienza a tener lugar la reconciliación con el padre interno, desarrollando una relación de mayor compasión consigo misma (es decir, estamos en mejores condiciones de sanar la autocrítica heredada del discurso paterno que hayamos incorporado), entonces ya no lo necesita para validar su propia autoridad, y es capaz de honrar su propia sabiduría femenina.


“Los verdaderos legados de un padre suelen ser invisibles a su hija hasta que ella está lista para hacerse con ellos” Murdock,M


De este modo, solo entonces, la mujer está en condiciones de desenvolver su responsabilidad de adulta, de sustentarse y protegerse por sí misma.



Cómo un padre puede contribuir al desarrollo de la hija, para que pueda desenvolverse como una mujer adulta en el futuro


Al respecto me parece importante citar las palabras de Maureen Murdock: 


“El padre que intenta fomentar y apoyar el destino de su hija, no proyecta su destino sobre ella, si no que observa sus habilidades y preferencias naturales y las refuerza…”; “Es un hombre comprometido en vivir su propio potencial y aunque por un tiempo su hija le considere un héroe, el nunca deja de mantener una alianza apropiada con su pareja, luego la adoración que siente la pequeña por él desaparece natural y paulatinamente durante la adolescencia y los primeros años de su vida adulta”


“Un padre que es un verdadero mentor da acceso a su hija al mundo exterior, aunque ese mundo esté mucho más allá de la capacidad de este hombre. Considera a su hija como una igual que solo necesita temporalmente su protección, la ayuda a marcar sus metas, cultivar su capacidad y articular sus ideas y a continuación se hace a un lado para que ella pueda seguir su camino”


“El gran desafío de los padres es ayudar a sus hijas a convertirse en mujeres integras, honradas y respetadas por sí mismas como mujeres y no por su capacidad para emular a los hombres y reflejar la identidad de sus padres”


Fundamentalmente, un padre necesita trabajar su madurez emocional, su capacidad de atender y sustentarse en cuanto a sus necesidades afectivas, para mirar a su hija como un ser independiente que no vino a satisfacer sus expectativas ni a realizar los sueños que él no pudo realizar, es entonces cuando el padre puede fomentar el adecuado proceso de individuación de su hija apoyando y fomentando en ésta sus propios sueños y sus deseos.

Igualmente es fundamental desde mi punto de vista, la revisión de la relación que el padre establece con su propia madre en especial (aunque obviamente es relevante la revisión del vínculo  establecido con ambos padres), y trabajar lo que sea necesario, para su reconciliación con esta figura, la cual inevitablemente marca su percepción, aceptación y validación de la expresión femenina.


Así también, es fundamental que el padre pueda atender al modo en que lleva su relación de pareja, cómo se percibe en dicha relación, de manera de resolver y hacerse cargo de lo que sea necesario, sin necesidad de implicar a su hija en conflictos derivados de la pareja (situación que la mayoría de las veces ocurre de manera imperceptible).


Por último la autora sistematiza una lista de recomendaciones para el padre a partir de su observación y análisis de esta dinámica.

  • Amar a sus parejas y disfrutar de una relación amorosa y plena. 
  • Fomentar en sus hijas su capacidad para hacer realidad sus sueños. 
  • Enseñar habilidades específicas a sus hijas, aunque estas actividades sean vistas como “típicamente masculinas”, sin esperar que se comporten como hombres para captar su atención. “Déjenlas ser niñas y honren su feminidad”.
  • Escuchar y permitir que las hijas expresen sus emociones sin intentar determinar sus sentimientos, confiar en que ellas serán capaces de encontrar soluciones. 
  • Sentir y expresar las propias emociones como padre, haciéndose cargo de estas. 
  • Respeto a la privacidad y sexualidad de las hijas.
  • Permitir que las hijas escojan sus parejas y bendecir su elección definitiva.
  • Hacerlas saber que la vida es más de lo que vemos. Respetar su intuición y honrar su espiritualidad.
  • Afirmar su deseo de hacer una contribución positiva al mundo.
  • Reconocer cuando es el momento de dejarlas en libertad y estar disponibles cuando sea el momento de retomar la cercanía en la relación. 
  • Ser amables con ellas cuando llegue el momento de partir.

Comentarios

  1. Me parece asertivo y emocionante, tanto lo que muestras de la Autora, así como también como tus comentarios.
    Como mujer, aún me siento esa niñita que trata de ir tras esa atención masculina-paternal y seguramente es un largo camino para la autovaloración de la mujer que hoy soy... pero te agradezco esta visión que me cautivó!. Felicitaciones.

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